Lizst sonaba en el salón, la melodía de aquel genio musical entrada por los poros de su piel, erizando cada vello, despertando sus ganas.
Era la
pasión, la mezcla de aquellas dos sangres, el gozo del espíritu gitano, el que
explotaba justo y preciso, en crescendo.
Su cuerpo, en
éxtasis ondulaba al compás de las vibraciones del instrumento. Ella era
femenina, casi una perfección etérea, una silueta que danzaba entre sombras,
desnuda, sensual y despierta.
El más crudo
deseo reblandecía cualquier pudor, entumecía su vergüenza y la hacía gemir,
mientras el sonido de la melodía continuaba con su cuerpo moviéndose como una
ninfa en un bosque sagrado.
Serena abrió
los ojos y una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Es la hora…
—Con reverencia, acercó su dedo al mando y aguardó hasta que la última nota
queda sumida en el silencio.
Desnuda y con
paso sensual, uno que venía nato en ella, avanzó hasta su habitación. El
atuendo lo tenía pensado. Era un día de cacería. Tenía que atraer a su presa.
No usaba ropa interior. ¿Para qué? Quería que accedieran a su cuerpo. El sexo
era una parte esencial en ella, lo necesitaba al igual que…
Negó, no, aún
no pensaría en esa parte del juego. Primero había que prepararse. Eligió esta
vez una peluca negra con un corte que llegaba hasta el cuello. La blancura de
su piel resaltó de golpe. Se sentó en el espejo y comenzó su transformación.
Las nuevas
técnicas de maquillaje, los artificios a los que las mujeres se habían vuelto
adictas, eran un aditamento perfecto para los fines que necesitaba.
No era fea,
todo lo contrario. Su belleza podía rallar en la perfección. Un rostro de porcelana
hermoso, casi angelical y que ahora, era más un arma para atraer a su víctima.
Su cuerpo se
cubrió con un vestido de tela casi transparente en color plateado. Se ciñó como
una segunda piel a cada curva, destacando el generoso escoto con los elevados y
llenos pechos, su estrecha cintura y sus redondeadas caderas. Llegaba un poco
más abajo de las nalgas, montó en unos tacones altísimos que acentuaron sus
largas y torneadas piernas.
Se miró en el
espejo satisfecha con lo que encontró. Lamió sus labios satisfecha de la imagen
que se proyectaba en el espejo. Serena, reconoció en sus ojos ese brillo que
antecede a la victoria, a la dicha de saberse vencedor y dueño del más oscuro
secreto.
La discoteca
en la que entró ya tenía el ambiente adecuado. Adoraba los fines de semana en
verano. Los excesos eran buenos, aunque la ridícula moral se empeñara en
negarlo, por lo menos, eran buenos para ella, eso aturdía los sentidos, y era
lo que buscaba.
Se abrió paso
entre el gentío, conocedora de las miradas furtivas o descaradas que le
lanzaban, de la atención que comenzaba a causar. Se acercó a la barra donde
pidió un Cosmopolitan.
—¿Me permites
invitarte? —La voz varonil a su oído intentaba atraer su atención.
—Depende…
—con estudiada premeditación ladeó el rostro y sonrió con coquetería.
—¿De qué,
preciosa? —el hombre miraba con descaro su escote, se relamía una y otra vez
ante la carne que ella permitía asomar.
—De sí me
dejas agradecerlo, de otro modo. —esta vez, se acercó a él mirándolo con
intensión.
El brillo en
los ojos del hombre desapareció y se puso rígido. Al parecer no estaba
acostumbrado ante la clara invitación.
¿Ego de macho herido?
—Espera,
espera… —las manos masculinas se levantaron como si intentase poner una
barrera—, ¿eres una puta?
Serena
comenzó a reírse a carcajadas, sacó de su bolso un billete y pagó su bebida.
—Mala
pregunta, aunque te disculpo. —Se encogió de hombros desestimándolo—, se me
olvida que aún no estáis acostumbrados a un mensaje claro, o a ser atacados.
—lamió los labios—Puedes irte, no estoy interesada.
Y así lo
hizo, el tipo se alejó entre el gentío y era una lástima. Era como le gustaban.
Un portento de macho viril, dispuesto a los juegos, uno que pensaba que podía
someterla, follarla duro y sin parar. Una verdadera lástima.
Mojó los
labios con su bebida sin apartarse de la barra. Quería dejar clara la
situación. Hembra, sola y disponible. Su sonrisa no desaparecía de su rostro
—Ehh, siento
lo de hace un momento. —había vuelto.
—¡Lárgate!
—ordenó fingiéndo ignorarlo.
—Soy gilipollas,
—se disculpó—, mira, realmente no quería ofenderte. Pasa que mis amigos hace un
tiempo me la jugaron.
—¿Y dónde
están esos impresentables? —la joven comenzó a buscar con la mirada.
—Hoy, he
venido solo —declaró orgulloso de sí mismo. ¡Pobre incauto! —, Dime que puedo
hacer para ganar tu perdón.
—Morir por
mí. —Serena sonreía al hablar, sabedora que lo tenía en la bolsa.
—Mi Lady, mi
vida está en vuestras manos. —él imitó una reverencia.
—No olvides
lo que me has dicho. —aclaró antes de jugar con uno de los botones de la blanca
camisa.
La sonrisa de
victoria en el desconocido se dibujó a la vez que marcaba territorio. Quería a
esa morenaza de cuerpo del pecado. Si se salía con la suya, que lo haría, la
follaría toda la noche. ¡Que ganas de metérsela por todos los agujeros!
Algunas horas
pasaron, su nuevo galán no paraba de invitarle cocteles y toquetearla
sutilmente. Bailaron algunas piezas pegándose el uno al otro., hasta que por
fin se decidió a besarla.
La lengua se
coló con prisas, imperiosa, dejando claro el deseo que sentía por ella. Sus
manos la ciñeron y pegaron a él. Una de ellas bajo por el diminuto vestido
hasta llegar a las nalgas.
—Que buena
estas… —le dijo entre besos.
—NO lo creo.
—Se quejó mientras se frotaba como gatito en el cuerpo de su compañero.
—¿Por qué no?
—preguntó el otro.
—Aún no te
has propasado, —un mohín se dibujó en su rostro—, al paso que voy te voy a
tener que dejar las cosas muy claras para que me folles.
El aludido
comenzó a buscar un rincón donde poder hacer eso. Tenía muchas ganas de
follarla. A discreción metió la mano entre sus muslos para sentir la tela del
tanga, y sonrió complacido al sentir el sexo desnudo.
—¿Vienes
preparada eh? —preguntó más como afirmación.
—¿Te molesta?
—atacó con su tono al mismo tiempo que sus manos acariciaban el bulto entre las
piernas.
—Nop —la besó
de nuevo—, tengo muchas ganas de follarte, pero aquí no. ¿Qué te parece si
vamos a mi piso?
—¿Dónde los
malos de tus amigos viven contigo?
—Vivo solo, y
nena, lo vas a agradecer….
Serena se
detuvo un momento para verlo a los ojos, besándolo con pasión.
—Eso, no lo
sabes tú bien, —corroboró un momento antes de salir del lugar y dirigirse a su
último destino.
Subieron a un
taxi y entre beso y beso compartieron gemidos, ganas y deseo insatisfecho.
Cuando por fin llegaron a su destino, ambos sudaban no por el calor climático,
sino por ese que la sangre embravece cuando hay pasión despierta.
Se metieron
en el ascensor y al cerrarse las puertas, Serena fue empujada de frente al
espejo, escuchó como el cierre del pantalón se abría y gimió al sentir como la
polla se enterraba en sus carnes.
—¿Te gusta?
—le preguntó su desconocido— ¿Te gusta mi polla?
—Sí, métemela
fuerte, me gusta duro —gimió alentándolo.
—¡Qué puta
eres! —gruñó el otro empujando dos veces más antes de separarse y cubrir la erección,
antes de que las puertas se abrieran.
Entraron
entre besos al piso, arrancándose la ropa con desesperación.
—Llévame a tu
cama… —pidió ella—, métemela ahí.
—Quiero
follarte el culo. —declaró el otro masajeándole el trasero—, joder, quiero
darte por todos lados.
Ella se
comenzó a reír siendo guiada por él. Entraron a una habitación muy masculina,
con una cama enorme y una cabeza de madera perfecta para los juegos de cama.
Serena fue
lanzada al colchón, colocada a cuatro patas con el culo elevado. Escuchó como su
compañero escupía en su mano y lo imagino empapando su polla de saliva, repitió
la acción y esta vez la saliva mojaba su ano.
—Oh si nena,
vas a gozar, vas a ver.
La joven
gimió de placer al sentir como se adentraban en su trasero, mordió las sábanas
en lo que duraba el primer empalamiento, dilatando el fruncido agujero.
—¡Si,
zorrita! —el gruñido del hombre un momento antes de comenzar a embestirla
dejaba claro que estaba disfrutando del momento. Entraba y salía haciéndola
gemir con delirante lascivia.
Sabía lo que
hacía, la follaba con rudeza, como lo había dejado claro. Los embates eran
duros, largos y torturantes.
—¿Me dejas
correrme en tu culo? —preguntó pletórico.
—Si, lléname
de tu leche.
Y así lo
hizo, una, dos, tres embestidas más y él ya estaba ahí. Descargando el placer
lácteo que marcaba su primer climax.
Lo sintió
salir de ella, lo miró a los ojos antes de empujar con su ano la leche que
comenzó a gotear saliendo de su interior.
—¡Qué pasada!
—lo escuchó decir antes de girarse y mirarle a los ojos.
—¿Quieres que
te la chupe?
—Mámala
completa —se la ofreció con un puño—, trágatela, zorrita.
Obedeció, le
gustaba sentir el trozo de carne hinchada en su boca, llenando y dominando.
Disfrutaba de sentir el sabor de su propio cuerpo, sus fluidos mezclados con el
semen. Era una viciosa de despertar de nuevo una polla después de tenerla
dentro.
La verga
entró cruzando la campanilla, las arcadas que eso suponía no se hicieron
esperar, espesando su saliva, casi asfixiándola, haciendo que lágrimas
corrieran por su rostro. Pero eso no importaba, aún no.
—¡Qué buena
eres chupando, coño! —la separó para besarla, antes de empujarla y aplastarla—,
¿Quieres que te la meta de nuevo? Voy por un condón
—Quiero que
me comas el coño, hasta la muerte. —pidió Serena lamiendo los labios—, se buen
chico, y cómelo con gusto. ¿si?
El ya estaba
a punto de situarse entre sus piernas, pero ella se alejó y negó.
—Soy
caprichosa… túmbate en la cama, quiero atarte.
—Ummhhh te
van esos juegos…. Joder.. joder…. ¿me dejas grabarte?
—Permite que
lo grabe con mi móvil, yo también quiero un recuerdo tuyo. Pero antes… —Serena
comenzó a buscar cualquier cosa que le sirviera como atadura.
—En el primer
cajón, hay corbatas.
—Tan
comedido… —lo alabó.
—A tus
órdenes. —Le sonrió con lascivia tumbándose en la cama con los brazos
abiertos—. Átame y haz lo que quieras.
La joven tomó
dos corbatas después de estudiar cuales podrían servirle realmente para lo que
quería, se acercó al muchacho y le dio un beso apasionado.
—Disfruta de
tus últimos momentos… —le susurró al oído mientras comenzaba a atarlo.
—Si,
preciosa. —con un gruñido contestó antes de meterse un pezón a la boca y chupar
con gula.
Ella lo dejó
hacer, gimiendo ante las caricias prodigadas, ante la ferocidad de las succiones
que le provocaban placer y dolor. Una vez atado se alejó de él, saliendo al
salón donde había dejado su bolso y regresando con la cámara lista.
—Una foto
para la posteridad. —sonó el click y un momento después ya estaba colocando el
aparato en el ángulo correcto para poder grabar lo que sucedería a
continuación.
Se sentó en
la cara masculina a una distancia prudencial para que solo observara.
—¿Tus últimas
palabras? —preguntó con humor.
—Dame esa
concha deliciosa, quiero hartarme de ella.
—Buen chico.
—y bajó poco a poco, ofreciendo su vulva a la boca ansiosa.
Serena gimió
al sentir la lengua recorriendo sus plagues, abriéndose paso, sonrió al sentir
la impertinencia del hombre al morder su clítoris. Sonrió al contacto de sus
carnes al ser acariciadas y saboreadas. Si, era un buen comedor de coños.
—Vamos,
házmelo bien… —Comenzó a pedir —quiero que me hagas sentir muy bien con esa
lengua.
Se estiró
sobre el cual gato para acariciar la polla, miró hacia el movil y sonrió a la
cámara.
—Sí, cariño,
chupa así, me encanta,… me encanta que me muerdas… comenzó a moverse sobre él,
llevando la voz cantante en la búsqueda de su orgasmo, comenzó a gritar, a estremecerse
cuando el inminente clímax llegó. Ella se sentó mejor, lo escuchó resollar,
intentando retirarla para respirar.
—¡Chupa mas!
—ordenaba mientras el luchaba por retirarla.
Sintió una
mordida que le hizo daño, ella respondió con un golpe premeditado para sacar el
aire de sus pulmones. Su amante se sacudía con desesperación cuando ella lo
tomo por los pelos pegándolo más a su sexo.
—¡Quiero más!
—ordenó clavando las uñas al pobre infeliz que luchaba por su vida sin poder
ganar en aquella guerra.
Los brazos
golpeaban la cabecera luchando por liberarse, el cuerpo se retorcía sin lograr
nada. A cada vez que la quería lastimar, ella le hacía más daño hasta que por
fin, el oxígeno falto, y el cuerpo laxo quedó ahí, rígido, extendido.
Serena
esperó, aún no se iba a retirar. No, no iba a engañarla. Él había prometido
ofrecer su vida, ella le dio la oportunidad de elegir la forma.
Lizst sonaba
en el salón, la melodía de aquel genio musical entrada por los poros de su
piel, erizando cada vello, despertando sus ganas.
Era la
pasión, la mezcla de aquellas dos sangres, el gozo del espíritu gitano, el que
explotaba justo y preciso, en crescendo.
Su cuerpo, en
éxtasis ondulaba al compás de las vibraciones del instrumento. Ella era
femenina, casi una perfección etérea, una silueta que danzaba entre sombras,
desnuda, sensual y despierta
Se dice que
la maldad se genera por culpa de actos que te llevan a un límite, agresiones
que oscurecen tu naturaleza; y estos generan emociones negativas como lo son:
envidia, rencor, obsesión, ira… odio.
La realidad
es que no siempre es así, a veces nace gente trastocada, oscura y perversa, sin
necesidad de haber vivido ningún trauma. Simplemente la bestia nace, ese animal
depredador que disfruta del dolor, del vicio…. de las sombras.
No, el mundo
no los creaba, era el equilibrio, o simplemente la naturaleza dejando hacer al
ser humano.
©1608208979242
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